jueves, 2 de abril de 2009

Mano Cruel - El trueno entre las hojas.

Críspulo Gauto se encontró durmiendo en la Catedral de Asunción, quedó muy sorprendido y muerto de vergüenza cuando despertó y se encontró allí. Pero más sorprendida estaba la gente que lo veía.
Luego de este episodio, Críspulo se acopló a las personas y se acercó al atrio. Vio una cantidad de soldados con armas, una banda empezó a sonar. Era un Tedeúm. Él nunca había visto un espectáculo así, ésta era la oportunidad.
Los señores impecablemente vestidos pasaron frente a Críspulo y él quedó muy impresionado.
Eran muchos, en la cuarta fila estaba su viejo amigo que ahora es uno de ellos, al verlo, empezó a recordar momentos.

Lo primero que vio en su memoria fue la calesita de pueblo, él era el encargado, cobraba las subidas, atendía y la limpiaba. Al anochecer, muerto cansancio, tenía que lustrar, barrer y dejar todo limpio para poder cerrar la carpa y posteriormente ir a dormir. Era un trabajador muy sacrificado. Su jefe no lo dejaba respirar, sólo cuando se dio cuenta de que Gauto tenía cataratas en los ojos, el viejo le propuso “trabajar a medias”.

En ese tiempo llegó otro muchacho, casi de su misma edad. Venía de otro pueblo y con una guitarra. A penas vio a Críspulo lo convenció de trabajar juntos, él tocaría la guitarra y Críspulo se encargaría de la calesita.
Una tarde Críspulo llevó al hijo del comerciante más poderoso del pueblo al arroyo, por órdenes de su socio, ya que éste pasaría un momento con Juanita, la niñera del chico.
El socio llegó diciéndole a Gauto que el comerciante estaba buscando desesperadamente a su hijo, él reaccionó y se apuró en devolver al hijo pero el socio le detuvo le dijo que están ofreciendo una gran recompensa por él. También le dio una orden de ir a la casa del comerciante y decir que un desconocido tiene a su hijo y que pide plata. Gauto aceptó esa orden.
El plan tuvo éxito, un éxito parcial. A Críspulo lo llevaron al juzgado, y estuvo durante un año en la cárcel.
Cuando volvió del purgatorio, el socio era el dueño de la calesita. La había comprado con la plata del rapto. Lo recibió amablemente y le devolvió su puesto. Así, Críspulo conoció a Mano Cruel.
Fueron a un entierro y fue ahí cuando Mano Cruel hizo algo increíble. Todos insultaban al muerto en su cajón, de repente éste, empezó a hablar. Todos quedaron sorprendidos.
Cuando ya salían Mano Cruel le confesó a Críspulo que no era el muerto el que había hablado, sino él. Y no sólo eso, sino que también le había robado la dentadura y el anillo al difunto.
Mano Cruel consiguió unos gallos finos, “de ley” y se hizo gallero. Era un excelente gallinero. Sus gallos eran imbatibles. Mano Cruel se volvió millonario. Críspulo cuidaba a los gallos, los entrababa. Nunca se había sentido más infeliz y más pobre, por eso, decidió desquitarse de su socio, pero fue un desquite simbólico, demasiado complicado, indirecto. Demostró que los gallos de su socio no eran del todo invencibles.
Luego de este episodio, Mano Cruel renunció a los gallos y se dedicó a la carrera de caballos. En poco tiempo se hizo dueño del mejor parejero del Sur. Nadie le podía ganar, como había sucedió con los gallos. Pero cometió un fraude que se descubrió, pero Gauto lo encubrió.
Se encontraron en Iturbe, allí debían separarse. Pero antes Mano Cruel realizó una última hazaña de despedida.
El comisario del pueblo estaba casado con una hermosa mujer. Mano Cruel quedó hipnotizado con la mirada de la mujer entonces ideó un plan. Una tarde vinieron a avisar al comisario que Mano Cruel se había ahogado en el río. Encontraron su ropa al borde del agua, en la playa. Se habría estado bañando y la corriente lo tragó.
El comisario besó a su mejor y fue al río a organizar el salvamento de Mano Cruel, de quién había recibido muchas atenciones, incluso dinero en efectivo. Gauto se salió con las suyas.

Pasado un tiempo, Gauto se enteró que Mano Cruel se había comprometido con su hermana, Margarita. Luego se enteró del nacimiento de su sobrino, y que lo estaban esperando para el casamiento.

Mano Cruel se encontraba en la Catedral, en el centro de la cuarta fila. Ambos se vieron pero Mano hizo que no lo reconoció y desvió la vista. De repente, Críspulo sintió dos manos, lo estaban estirando hacia atrás llevándolo a un lugar ya conocido.

El ojo de la muerte - El trueno entre las hojas.

Timó Aldama, ató a su caballo al árbol, tenía que ser muy cuidadoso porque él había huido.
Al dejar al caballo, lo acarició y sintió una raya viscosa, retiró la mano húmeda y pegadiza del ojo del animal, pensó que era un poco de baba.
Fue al bar, empujó la puerta y entró. Todos lo miraron. Uno de los hombres que se encontraba en el lugar lo llamó y dijo que lo estaban esperando. Bebieron y jugaron a las cartas después de un año.
En ese tiempo, recordó que cuando fue a una función patronal de Santa Clara se encontró con una tribu de gitanos, era un espectáculo extraño, nunca antes visto. Una señora gitana, vieja y gorda, se acercó a él, y le preguntó si no quería que le dijera su futuro, él respondió, que el destino lo hace cada uno, y ella le dijo que si pero que él no sabía cuando iba a morir, entonces, él aceptó y escuchó a la señora, quien dijo que él moriría cuando el ojo de su caballo cambiara de color.

Después de eso habían acontecido muchas cosas. Él había herido a un hombre por una apuesta estafada.

De a poco su suerte se iba acabando, tuvo que devolver todas las cosas a sus dueños, tales como pañuelos de seda, cinturones, etc. Luego de esto, comenzó a entregar sus propias cosas, unas tras otras. Finalmente, quedó sólo con una camisa y una bombacha.
Cleto Noguera le cerró las puertas del boliche. Timó sintió que le cerraron las puertas a todo, y fue a parar a un yuyal. Luego vio venir a su caballo, los dos estaban listos para reanudar la fuga interminable. Timó lo agarró del hocico, fue entonces cuando se fijó, el ojo izquierdo del animal había cambiado de color. No reflejaba nada, miraba como muerto. El otro ojo continuaba oscuro.

La predicción de la gitana cayó sobre él. El ojo tuerto del caballo era el ojo de la muerte.
La gitana le había dicho también, que a lo mejor si no huía se podía salvar pero que eso no era seguro.
Tampoco podía ya recordarlo. Y salió corriendo por el campo.
Un rato después, llegó un grupo de hombres cuadrilleros que alzaron a Timó a su ferrocarril, ellos estaban seguro de que era un loco pero no lo quisieron abandonar.
A toda la mala suerte de Timó, se le sumó un ciclón que luego lo mató.

El Viejo Señor Obispo - El trueno entre las hojas.

La señora Teresa, hermana del Obispo, estaba preparando la cena, mientras él estaba acostado en su catre descansando, cosa que casi nunca sucedía.
El Monseñor no despertaba, ella cada vez más desesperada porque toda esta situación era muy rara, le hizo algunas preguntas, de las cuales, él no respondió ninguna.
Teresa preparó toda la mesa para la cena con los mendigos. El Obispo despertó y luego de la cena ejecutó el armonio con los mendigos mientras su hermana lavaba los platos.

El Pontífice viajo a Roma hace varios años atrás, después de doce años de ausencia regresó, y encontró que su pueblo había sido manipulado.
Luego fundó un periódico para combatir con ideas cristianas a los señores terratenientes.
Con el paso del tiempo, lo nombraron “Obispo de los pobres”. Fue el máximo título que podía obtener, ya que el mismo renunció a todos los sillones arzobispales.
Debido a esto, fue llamado por el presidente para firmar una Carta Pastoral para “pacificar espiritualmente el país”. Él se negó, ya que estaban tratando de pacificar a balazos y eso le ponía muy nervioso. Luego, se negó por segunda vez, ya que él no era el titular de la Diócesis, y para conseguir la firma, el presidente le propuso ponerlo al frente de la Iglesia. Y él se puso más nervioso aún, respondiendo que la Iglesia no era una comisaria.
El Presidente estaba muy enojado al ver que el Obispo jamás firmaría la Carta entonces salió corriendo y gritando de la habitación.
Desde ese momento, el Monseñor tuvo que soportar todos los ataques de cada gobierno para con los pobres.
Empezaron los balazos, y la casa del Obispo se convirtió en hospital, la señora Teresa y su hermano atendían a los heridos. Dos de ellos murieron, el Obispo los enterró en su casa esa misma noche.
Cuando terminó la contienda, el general vencedor llamó de nuevo al Obispo y le acusó por no haber denunciado a las autoridades anteriores. El general le gritó muy cerca, casi escupiéndolo.
Luego de esto, el Obispo quedó prisionero en su casa por haber querido servir al mismo tiempo a Dios y a los hombres.
Quedó muy triste y le confesó a un campesino que tal vez se había equivocado.

Le quitaron todos los cargos. Como único privilegio le dejaron los lugares para celebrar en su casa el Santo Sacrificio.
Pero el Obispo siguió ayudando y prestando su casa a personas de todos los bandos, a necesitados de toda especie.
Ya viejos, el Obispo y la señorita Teresa tuvieron que vender lo que les sobraba para comer y dar de comer.
Cuando el Obispo vendió su escritorio, ella vendió sus joyas, su peineta. Cuando el Obispo vendió su cama, ella ya no tuvo nada que vender.
Luego, vinieron llegando mendigos, eran once, había de todo, sordomudos, abandonados, muy creyentes, prostitutas, etc.
Iban todas las noches a cenar, pero esa noche en especial, preguntaron por el Monseñor y Teresa les dijo que estaba descansando porque estaba enfermo.
Igual ella les sirvió la cena y comieron todos.
De repente ven al Obispo ejecutando el armonio, en ese momento ya no parecía, viejo, ni encorvado, ni enfermo. Luego oyeron una voz que recordaba cosas vividas, sueños y esperanzas que por fin se materializaban en una paz extática, llena de bondad, de comprensión y de perdón.
El Monseñor le dijo a Teresa que les diera toda su ropa a los mendigos, solo quería que dejara su sotana y su solideo que trajo de Roma para ponérselo el día de su muerte.
Luego, el Obispo se levantó, abrazó a los once mendigos y a su hermana, los besó a cada uno y se retiró silenciosamente.
Después de esto, todos empezaron a marcharse.
La señorita Teresa entró al cuarto, pero el viejo señor Obispo dormía ya, pero en el gran sueño. No le tocó la frente porque sabía que estaba helada.
Se arrodilló frente al catre, y rezó largamente en medio de un llanto silencioso.
La señorita Teresa se echó sobre la cabeza su manto negro y salió a la calle. Tenía que conseguir un ataúd para su hermano, pero era difícil, anduvo mucho, golpeó puertas, habló con bastante gente, antiguos conocidos, parientes, todos, pero nadie le ofrecía ayuda.
Sólo le restaba un lugar, el atrio de la Recoleta.
Llegó a pie desde el centro. Los mendigos la rodearon. No fue necesario que hablara. Ellos comprendieron lo que la señorita Teresa venía a contarles.
Ella les pidió ayuda para vender el armonio y así poder comprar el ataúd.
La calle, el patio, la casa, todo lleno de gente.
Unas mujeres la ayudaron a poner el cuerpo en el cajón, al transportarlo cayó al suelo y todos lo recogieron y le dieron un beso.
Entre todos lo llevaron a enterrar.