Carpincheros.
Una pequeña niña llamada Margaret vio una noche a los carpincheros.
En ese grupo se encontraban hombres y mujeres, los hombres fuertes y duros
y las mujeres un poco arrugadas y flacas.
De pronto, alzaron la mirada, ya que tres personas estaban observándolos, Margaret y sus padres, Eugen e Ilse. De un momento a otro, los carpincheros desaparecieron.
Pero en ese poco tiempo en que los observaron, Margaret quedó asombrada. Tenía una curiosidad excesiva por esos hombres. Preguntó a sus papás quiénes eran, de dónde venían, que querían, que hacían. Él, amablemente, respondió a todas las preguntas de su pequeña hija.
La niña quería enterarse cada vez más sobre el tema. Luego de esa noche, toda su imaginación se centraba en estos hombres. Para ella, esos seres eran hermosos, envidiables y adorables.
De tan entusiasmada que estaba con el tema, creó una teoría. Los llamó “hombres de la luna”. Estaba convencida de que provenían de ese lugar por el color extraño y por su silencio.
Eugen e Ilse, llegaron un poco después de finalizada la Primera Guerra Mundial, venían de las ruinas, del hambre, del horror. Después de todo lo que vivieron en Alemania, lo único que querían era olvidar y empezar.
A penas llegaron, vivieron un corto periodo de tiempo en la fábrica de Eugen, ya que era un excelente mecánico tornero, lo asignaron al taller de reparaciones y les dieron acceso a una casa blanca.
Pasaron los días, y los padres de Margaret comprobaron que la casa era muy buena porque permitía reír a Margaret.
Así pasaron todas las noches, observando en la barranca a los carpincheros, hasta que un día se dieron cuenta de que la niña estaba completamente obsesionada, cada vez que ellos pasaban, ella enloquecía. Entonces decidieron alejarla.
Margaret no volvió a ver a los carpincheros, acostada en su cama, una de las tantas noches, lloró, pensó y soñó con ellos. En un momento su llanto paró, y soñó que viajaba con ellos, sentada, inmóvil en uno de los cachiveos.
De a poco, Margaret iba borrando a los carpincheros de su mente, entonces Eugen decidió celebrarlo, se tatuó la foto de la niña en el pecho.
En un momento, Eugen e Ilse estaban en la cocina, tranquilos, hasta que oyeron un grito espantoso. Un carpichero fue atacado por un tigre del agua.
Los otros carpincheros estaban desesperados y trataron de auxiliar lo más rápido posible pero no lo consiguieron.
El carpinchero no paraba de sangrar. Ilse tenía el rostro cubierto con las manos y Eugen estaba rígido y pálido, los dos estaban asombrados.
Algunos carpincheros no sabían qué hacer. Margaret estaba asustada también,
veía subir hacia ella, cada vez más cerca, a los carpincheros.
Cuando llegaron Eugen buscó lámparas para alumbrar. Sacó el catre al corredor y ordenó que lo pusieran ahí al herido. Salió corriendo hacia la enfermería para ir a buscar auxilio.
Ilse y Margaret se quedaron en la casa. Ilse vio el cuerpo del carpinchero y quedo más asustada aún. Al salir de la cocina, llama a su hija y ella ya no contesta.
En ese grupo se encontraban hombres y mujeres, los hombres fuertes y duros
y las mujeres un poco arrugadas y flacas.
De pronto, alzaron la mirada, ya que tres personas estaban observándolos, Margaret y sus padres, Eugen e Ilse. De un momento a otro, los carpincheros desaparecieron.
Pero en ese poco tiempo en que los observaron, Margaret quedó asombrada. Tenía una curiosidad excesiva por esos hombres. Preguntó a sus papás quiénes eran, de dónde venían, que querían, que hacían. Él, amablemente, respondió a todas las preguntas de su pequeña hija.
La niña quería enterarse cada vez más sobre el tema. Luego de esa noche, toda su imaginación se centraba en estos hombres. Para ella, esos seres eran hermosos, envidiables y adorables.
De tan entusiasmada que estaba con el tema, creó una teoría. Los llamó “hombres de la luna”. Estaba convencida de que provenían de ese lugar por el color extraño y por su silencio.
Eugen e Ilse, llegaron un poco después de finalizada la Primera Guerra Mundial, venían de las ruinas, del hambre, del horror. Después de todo lo que vivieron en Alemania, lo único que querían era olvidar y empezar.
A penas llegaron, vivieron un corto periodo de tiempo en la fábrica de Eugen, ya que era un excelente mecánico tornero, lo asignaron al taller de reparaciones y les dieron acceso a una casa blanca.
Pasaron los días, y los padres de Margaret comprobaron que la casa era muy buena porque permitía reír a Margaret.
Así pasaron todas las noches, observando en la barranca a los carpincheros, hasta que un día se dieron cuenta de que la niña estaba completamente obsesionada, cada vez que ellos pasaban, ella enloquecía. Entonces decidieron alejarla.
Margaret no volvió a ver a los carpincheros, acostada en su cama, una de las tantas noches, lloró, pensó y soñó con ellos. En un momento su llanto paró, y soñó que viajaba con ellos, sentada, inmóvil en uno de los cachiveos.
De a poco, Margaret iba borrando a los carpincheros de su mente, entonces Eugen decidió celebrarlo, se tatuó la foto de la niña en el pecho.
En un momento, Eugen e Ilse estaban en la cocina, tranquilos, hasta que oyeron un grito espantoso. Un carpichero fue atacado por un tigre del agua.
Los otros carpincheros estaban desesperados y trataron de auxiliar lo más rápido posible pero no lo consiguieron.
El carpinchero no paraba de sangrar. Ilse tenía el rostro cubierto con las manos y Eugen estaba rígido y pálido, los dos estaban asombrados.
Algunos carpincheros no sabían qué hacer. Margaret estaba asustada también,
veía subir hacia ella, cada vez más cerca, a los carpincheros.
Cuando llegaron Eugen buscó lámparas para alumbrar. Sacó el catre al corredor y ordenó que lo pusieran ahí al herido. Salió corriendo hacia la enfermería para ir a buscar auxilio.
Ilse y Margaret se quedaron en la casa. Ilse vio el cuerpo del carpinchero y quedo más asustada aún. Al salir de la cocina, llama a su hija y ella ya no contesta.